Como padres lo que más nos preocupa, y a veces nos saca de quicio, es ver que nuestros pequeños angelitos se convierten en pequeños demonios que patalean, gritan y cuando son más grandes te dan la espalda cuando les hablas, dan portazos o simplemente no te hacen ni caso.
Algunos padres y madres libran a diario verdaderas luchas con sus hijos sobre la comida, los deberes, la puntualidad, el vicio que se ha vuelto para sus hijos los juegos en el móvil e internet y no saben qué hacer.
Ante esa lucha diaria muchos padres bajan los brazos y dejan que sus hijos hagan lo que quieran por no enfrentarse a ellos, porque ya tienen bastante con el trabajo como para encima llegar a casa y tener que pelear con sus hijos. Otros padres en cambio saben que no pueden dejar que sus hijos hagan lo que les de la gana sobre qué comer, cuando estudiar, cuánto tiempo jugar, qué tipo de juegos, vídeos, series de tv pueden ver, etc., pero no saben cómo hacerlo sin tener que pasar un mal rato.
El por qué nuestros hijos reaccionan de esa manera, que no nos gusta nada, es porque no saben hacerlo de otra manera. Nuestros hijos no nacen con la capacidad de autocontrol y autogestión de la emociones, van aprendiendo de su entorno, van copiando de su modelo más cercano: su familia. Y si la familia no transmite a su hijo maneras sanas de reaccionar de manera adecuada, el niño simplemente hará una mezcla de lo aprende y de lo instintivamente debe hacer para protegerse.
Pocos padres y madres enseñan a sus hijo cómo reaccionar ante emociones negativas de impotencia, frustración, rabia, celos, envidia, etc. En el caso de que nuestros hijos no sepan como responder adecuadamente lo harán con la más primitiva reacción: luchando (enfrentándose a la situación problemática agresivamente) o huyendo ( negar la situación problemática). Esa reacción que a nuestros antepasados les sirvió para salvar sus vidas, hoy en día no les sirven ni a ellos ni a nosotros dado que las circunstancias y el entorno han cambiado enormemente.
Recuerdo un niño de 5 años que, con inocencia y ternura, me contestó cuando le pregunté si podría reaccionar de otra manera que no sea la de gritar y enfadarse cuando algo no le gusta me dijo «es que no sé otra manera, no sé», agachando la cabecita y apretando sus puñitos que denotaban impotencia. No sabía que los niños y los adultos, a veces, sentimos cosas (emociones) que hacen que queramos actuar de una manera que sabemos que no está bien pero no podemos evitarlo, sobre todo cuando eres pequeño. Porque la verdad es que los niños no van a responder con la madurez que esperamos porque están en proceso de aprendizaje.
Lo que a tu hijo más le ayuda es que reconozcas lo que está sintiendo y no sentirse mal por ello.
De ahí que recomiendo el trabajo de la Inteligencia Emocional. Ayudar a que nuestros hijos reconozcan sus emociones positivas y negativas, qué sepan que esas emociones están asociadas a pensamientos que pueden sacar lo mejor de ti o lo peor de ti, y que lo que hagan, su conducta, es simplemente una parte visible que detrás indica que hay emociones y sentimientos que están reforzando esa conducta. Si la conducta es negativa, los sentimientos y emociones también los son. Si la conducta es positiva, los pensamientos y emociones también lo son.
Por ejemplo, si un niño se siente feliz en familia los pensamientos que suelen estar detrás de ese sentimiento de satisfacción son: qué papis más buenos tengo, me quieren mucho, se preocupan por mí, soy un niño afortunado, etc. Por el contrario, si les invade un sentimiento de tristeza los pensamientos detrás de esa emoción suelen ser: nadie me quiere, soy una mala persona, no les importo, soy un bueno para nada, no debería haber nacido, etc.
¿Qué hacer en esos casos?
- No negar lo que nuestro hijo siente.
Y no es fácil, como madre sé lo difícil que es escuchar a tu hijo esperando que lo que te diga no sea algo realmente grave y que no puedas solucionarlo. Sin embargo, este sano deseo de que no le pase nada malo, a veces, nos juega malas pasadas y sin querer podemos estar negando lo que nuestro hijo está sintiendo quitándole importancia a lo que nos esté explicando.
- Anímale a explicar lo que siente sin juzgarlo y mucho menos diciéndole que un niño bueno no piensa así; si no estaríamos culpabilizándole.
Hoy en día cada más personas se están dando cuenta de la importancia de las emociones. Hace algunos años el hecho de expresar las emociones era signo de debilidad. En la cultura donde yo nací los niños no podían llorar sin ser víctimas luego de burlas por actuar como «nenas». Los niños y niñas tiene derecho a ser escuchados y a expresar sus sentimientos y emociones independientemente de su sexo y género.
- Escúchale, la mayoría de veces sólo quieren ser escuchados y abrazados.
Un día una de mis hijas volvió muy triste del colegio porque no la habían escogido para participar en un intercambio con estudiantes de Canadá. Sé que le hacía lucha ilusión ir y estaba trabajando para ello; uno de los requisitos era tener excelentes calificaciones. Yo con toda la buena intención, cuando llegó del colegio con los ánimos por los suelos, si darme cuenta en lugar de apoyarla y solo escucharla le estaba obligando a hacer una revisión de todo lo que había hecho mal y que le perjudicó en la obtención de esa plaza para el intercambio. Entre sollozos me miró y me dijo que ella ya sabia que podía haberlo hecho mejor y que solo quería que la escuchara y la abrazara. ¡Vaya lección que aprendí ese día!
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