Cómo canalizar la ira en los niños dibujando su enfado es una estrategia que funciona muy bien cuando están en pleno berrinche y no quieren ni escuchar razones ni hablar qué es lo que les pasa.
Para que puedas ayudar a canalizar el enfado de un niño que no puede controlarse necesitas empatía, paciencia y conocer diferentes estrategias para ayudarle a canalizar su enfado de manera sana, de manera adaptativa, sin tirar cosas, sin insultar, sin escaparse, sin pegar.
Sigue leyendo y te explico cómo uso la estrategia del dibujo para calmar la ira en los niños.
Cómo canalizar la ira en los niños
9.00 de la mañana, por el pasillo veo venir, cogido de la mano de la conserje de la escuela, casi a rastras, a Carlos.
Ya no es el niño de antes. Parece que algo ha pasado o está pasando ya que su conducta en la escuela ha empeorado. Carlos era un niño que se portaba muy bien. Disfrutaba de la escuela, de aprender.
“Buenos días, Carlos. Ven dame la mano, te acompaño a la clase” Él ni me miró. Escondía la mirada. Se resistía a entrar a clase.
“Veo que estás enfadado ¿Estás enfadado? Explícame qué es lo que pasa para qué pueda ayudarte” Sin intención de mirarme, seguía retorciéndose en mis manos para que lo soltará.
Mientras intentaba calmarle, veía que cuanto más le hablaba más se irritaba. No estaba dispuesto a escuchar.
“Vamos a la clase. Te dejaré un par de hojas para dibujar el monstruo de colores, el del enfado, ¿qué te parece?” No contestó. Seguía callado. Reacio a entrar, sin parar de forcejear para escapar.
“¡No, no quiero!” Su respuesta no me sorprendió. No sé por qué, pero intuía que quizás no querría plasmar su enfado en un dibujo. Estaba indecisa en insistir o cambiar de estrategia. No tenía muchas opciones. Hablar no era una opción ya que se le veía en la cara que no estaba de humor para reflexionar. Levantarlo en brazos y llevarle hasta la clase sin que haya canalizado su ira era muy arriesgado. Hacer eso solo empeoraría el problema.
La opción más sensata era seguir esperando a que esté dispuesto a tranquilizarse, así que respire y me recordé a mí misma tener paciencia. Me recordé a mí misma que él no reacciona contra mí ni contra la escuela. Me recordé a mí misma que son sus emociones las que no le dejan pensar con claridad, que son ellas las que le hacen cerrarse en banda.
Al final opté por entrar a clase y hacer que se sienta comprendido y acompañado por sus compañeros. Es decir, validar su emoción. Lo llevé un poco obligado ya que no quería entrar en la clase. Me senté junto a la puerta y lo senté junto a mí.
“Por favor, necesito ayuda para Carlos. Él está enfadado y no sé cómo ayudarle. ¿Quién puede ayudarme a ayudar a Carlos con su enfado?” dije en voz alta para llamar la atención de sus compañeros. Lo bueno de los niños es que siempre encuentras maravillosas personitas que quieren ayudar de corazón. “¿Qué le podemos decir para que se calme?” continué.
“Yo le diría que se calme” dijo una nena, sentándose junto a nosotros. “Yo le daría un abrazo” dijo otro niño. “Yo le daría un beso” dijo otra nena.
“¿Quieres abrazos y besos?” le pregunté con la esperanza de que un buen achuchón le haga sentirse mejor. Movió la cabeza con un rotundo no.
Como no quería ningún contacto con nadie, cambie la estrategia y pregunté a los niños qué hacen cuando están enfadados, para que Carlos pueda llegar a soluciones parecidas.
Qué alegría y qué ternura ver que ninguno de ellos dijo que cuando está enfadado se tira al suelo a llorar hasta conseguir lo que quiere, o se escapa, o pega. Ninguno, pese a que yo vi a uno de ellos reaccionar mal ante una situación similar.
“¿María, tú cómo te tranquilizas cuando estás enfadada?” le pregunté con la intención de que Carlos oyera la respuesta. Vi que iba por buen camino al ver que Carlos levantó la vista hacia la nena para escuchar su respuesta.
“Yo cuando estoy enfadada lloro un poco y me siento en mi cama. Luego me tranquilizo y me voy a jugar con mi hermano a la tablet”.
“Tú, Jorge, qué haces cuando estás enfadado” pregunté a otro niño que estaba ahí sentado junto a nosotros para ayudar a Carlos.
“Yo respiro y me tranquilizo”
“¿Creen que es buena idea dibujar el enfado para tranquilizarse?” dije. No esperé la respuesta y pedí a Carlos, ya menos enfadado, que dibujará su enfado.
“Mira aquí tienes hojas y rotuladores. Dibuja tu enfado o monstruos enfadados si quieres. ¿Qué color quieres usar?”
Cogió en silencio el de color rojo, el que representa la ira, y comenzó a dibujar. Cuando acabó María le dijo “¿quieres pintar con el verde, el de la calma?”
Él cogió en silencio el rotulador verde y pintó un monstruo más pequeño que el rojo a su lado. “¿Quieres el azul?” le volvió a preguntar (este color en el cuento El monstruo de colores representa de la tristeza).
Carlos negó con la cabeza y cogió el amarillo. “Es de la alegría” dije. “Es el color cuando estás contento”dijo María. Pensé que iba a dibujar un monstruo amarillo, pero no. Puso su nombre en la hoja, se levantó para guardar el dibujo en su cajón y se unió al resto de compañeros.
¡Había podido canalizar su enfado!
Sé que estarás pensado que si le das tanta manga ancha a un niño te acabará tomando el pelo y cada vez la liará más. O que vale, vale, que todo eso está muy bien, pero eso es para gente que tiene mucho tiempo.
No estoy de acuerdo y te explico por qué.
Ponte en su lugar ¿cómo te sentirías tú si llegas a casa de muy mal humor y te dicen “pues lo siento bonita aquí no queremos ver caras, así que vuelve a entrar contenta, que a casa se viene contenta”?
¿Qué harías? ¿No te pondrías de peor humor por esa falta de empatía? ¿No querrías saltarle al cuello a ese insensible? A mí me han dado ganas de hacerlo alguna vez.
Pues así está un niño cuando está en plena crisis. No está para que le digas lo que tiene que hacer. Lo que necesita es que le acompañes a gestionar su enfado. Que valides su emoción. Que le des opciones para que pueda expresarlo de alguna manera. Que le ayudes a cambiar de chip para sentirse mejor.
Quizás nunca te has planteado esta pregunta, pero ¿crees que ellos se lo pasan bien cuando tienen estas crisis?
Créeme no hay nada mejor que darles mucho amor y paciencia y por supuesto usar diferentes estrategias para ayudarle a gestionar sus emociones. Hoy funcionó el dibujo. Mañana no sé si funcionará. Pero lo que siempre funciona es el amor y la paciencia.
No quiero ser ave de mal agüero, pero si te resistes a cambiar tu manera de educar, y sigues gritando, amenazando, ignorando lo que le está pasando, e incluso dándole una que otra palmada o un tirón de orejas, conseguirás que tu hijo te haga caso y se comporte mientras sea pequeño y durante poco tiempo.
¿Qué le estás enseñando cuando no tienes en cuenta sus emociones? Que no es bueno sentir. Que los que lloran son unos débiles. Que hay que enfrentarse, amenazar y gritar para conseguir lo que quieres. Y tarde o temprano te encontrarás a tu hijo plantándote cara. Haciendo caso omiso de lo que le digas. Pasando días sin hablarte. Viviendo en tu casa como si fuera un extraño. Teniéndote cero empatía.
¿Vale la pena vivir así? ¿Vale la pena imponerse en lugar de ganarse su confianza y cariño?
¡Cambia! Usa otras estrategias.
Sé parte esta generación de madres que quieren cambiar el mundo cambiando su manera de educar.
¡Feliz sábado!
PD. Te dejo el enlace del cuento para que se lo expliques a tus hijos.¡Les encanta! El cuento en papel es precioso. Es un poco caro pero sin duda te lo recomiendo para que tu hijo pueda tocarlo, mirarlo :). Puedes comprarlo online aquí.
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