El pasado verano, acompañé a mis sobrinos a su partido de fútbol. Es muy frecuente ver a los padres ir a las canchas a ver cómo juegan sus hijos.
Aquel día fui muy ilusionada porque quería ver jugar a alguien de mi familia. No soy de las que le apasiona el fútbol de élite. A mi me va más el fútbol donde juega algún familiar.
Fue muy emocionante ver a esos pequeños de 8 y 9 años esforzarse por ganar el partido. En ese tipo de situaciones saco mi lado más forofo, y por eso mismo gritaba a viva voz cuando mi sobrino hacia un buen pase y exageraba un poquito más cuando metía un gol.Ya me ves ahí gritando como loca, animando a mi sobrino.
Al igual que yo había otros padres que también estaban ahí por sus hijos. De hecho me llamó la atención uno que en lugar de animar a su hijo le desanimaba. El padre cada vez que su hijo hacia un mal pase, o fallaba en la defensa, o perdía el balón, le gritaba desde las gradas que qué creía que estaba haciendo. Su tono de voz y lo que decía provocaban incluso en mí un sentimiento de desánimo. Todo lo contrario de lo que su padre quería conseguir.
Algunas veces no sabemos o no nos damos cuenta como nos dirigimos a nuestros hijos y pensamos que diciéndoles todo lo que hacen mal vamos a conseguir animarlos.El efecto de nuestras críticas y sobre todo vertidas en público les lastiman. Les hacen sentir inútiles. Ellos mismos se ven incapaces de hacerlo mejor porque automáticamente comienzan a protegerse intentando no exponerse más para no ser criticados. Es decir, dejan de intentar hacer las cosas mejor por miedo a ser juzgados.
Se podía leer en la cara de ese niño la rabia, desilusión, impotencia, porque él estaba jugando lo mejor que sabía pero no se le estaba valorando, al contrario se le estaba atacando.
Evidentemente, yo no podía hacer nada más que animarlo para que pueda recordar que posee sus propios recursos: su confianza, su ilusión, su fuerza interna. Comencé a animarlo aunque él no me conocía ni yo a él, diciéndole «Venga Alex tú puedes» cuando fallaba un pase , «tranquilo sigue intentando» cuando quería avanzar con el balón y más frases por el estilo. Alex no acabo ese día su mejor partido pero comenzó a arriesgarse más y eso le llevó a jugar mejor lo que quedaba de partido.
Cuantas veces yo habré incurrido en el mismo error. Exigiendo a mis hijas a que lo hagan mejor en lugar de animarlas. Criticando en lugar de ayudarles a mejorar. Centrándome solo en lo que se les daba mal en lugar de ver lo que ya se le daba bien.
Cuanta diferencia hay entre una crítica constructiva y una destructiva. Cuanta diferencia hay entre acompañarlos a descubrir lo mejor de sí mismos a empequeñecerlos con cada crítica.
¿Alguna vez has herido con tus palabras a alguien pensando que le estabas ayudando? O ¿ Te sentiste herido por el comentario de alguien y dejaste de intentar hacer algo?
Cuéntanoslo, me encantará leerte en los comentarios.
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