Hace algunos días sentí pánico al encontrarme por primera vez ante una situación problemática que parecía atentar contra la armonía familiar en casa.
Lo más importante de esa experiencia fue percatarme que soy vulnerable como cualquier otra madre. Ilusa de mí a que a veces olvido que ayudar a otras personas a resolver sus problemas familiares me hace inmune a los míos.
Y es que ser madre y hacer siempre lo adecuado es un poco complicado.
Como cualquier otra madre no soporto ver a mis hijas tristes. Y antes de hablar con ellas, cuando lo están, ruego en silencio que el motivo de esa tristeza sea algo que yo pueda solucionar.
En estas situaciones es cuando me descubro a mí misma como una persona sobre protectora a sabiendas que no se puede controlar todo y sobre todo que esa actitud no les ayuda para nada a crecer.
Pero, ¿por qué es tan difícil ser objetivo cuando se trata de nuestros seres queridos? ¿Por qué nos angustia tanto cualquier cosa relacionada con ellos?
Porque las emociones nos invaden y no nos permiten pensar con claridad.
Se podría decir que actuamos en función de lo que sentimos sin pararnos a considerar si es adecuado o no lo que estamos haciendo.
No obstante, las emociones en sí no son malas. No se trata de anular lo que sentimos sino de preguntaros por qué nos sentimos así y cómo podemos gestionar nuestras emociones.
En mí caso, por ejemplo, sentí miedo. Miedo a no poder hacer nada. !Miedo a no tener la solución¡
Imagina a unos padres que tienen miedo a decepcionar a sus hijos, miedo a no ser buenos padres, miedo a equivocarse. Ese miedo puede llevarles a complacer hasta el más mínimo deseo de su hijo con tal de verlo feliz aún sabiendo que lo más adecuado es decir no cuando toca.
La cuestión es ¿cómo podemos gestionar nuestras emociones cuando se trata de nuestros seres queridos? ¿Qué hacemos para que el miedo no nos impida actuar de la manera más racional posible? ¿Qué hacemos para que nuestro deseo de ser buena madre no nos hagan ceder ante todas las demandas de nuestros hijos sabiendo perfectamente que no les hacemos ningún bien si les damos todo lo que nos piden sin contemplación?
Una estrategia eficaz es relativizar.
Es decir, salir de rol de madre: imagina que eres otra persona (alguien que tú admiras) y pregúntate ¿Qué haría él/ella en mi lugar? ¿Cómo afrontaría este problema? ¿Qué diría?
Esta sencilla estrategia te ayudará a tomar distancia del problema y a pensar con mayor objetividad.
¿Crees que somos una generación de madres sobreprotectoras?
¿Buscamos la perfección como madres y eso nos hace perder objetividad?
¿Qué opinas?
¡Cuéntamelo en los comentarios!
Deja una respuesta