Ana recuerda así su primera experiencia como mala alumna.
Aunque recordaba haber sonreído al ver el sol tan cálido y agradable esa mañana de camino al colegio, ahora parecía que todo era gris. El cielo, su clase, incluso su vida.
-Ten, estas son tus notas- le dijo su maestra-, dile a tu madre que quiero verla.
Ana se quedó blanca al ver los cinco suspensos. El trimestre anterior ya había suspendido dos.
-No quiero saber tus historias- recordó como le gritó su madre-, tú haces tu trabajo, que es estudiar, y yo hago el mío que es mantenerte y darte un techo donde vivir y algo que llevarte a la boca. ¡No te pido más! ¿Tan difícil es?
Su madre tenia razón. Había descuidado los estudios. Era muy difícil organizarse, sobre todo cuando todo dependía de una misma.
Ojalá no tuviera que estudiar- pensó-, ojalá todo fuera más fácil.
Cogió las notas y comenzó a temblar ante la idea de enfrentarse otra vez a su madre.
¿Qué le iba a decir ahora? ¿Qué de nuevo le iba a contar?
¿Debía decirle acaso que a veces perdía el hilo de la clase por estar más pendiente de lo que decían sus amigas?
¿Debía acaso ser el bicho raro que va sola por el mundo y no hacer caso a nadie?
Ya es muy tarde-pensó-, que sea lo que Dios quiera.
Al llegar a casa quizo actuar como si nada pasará. Pero su familia sabía que le entregarían las notas ese día.
Su madre esperaba las notas de Ana con ilusión pues había dado a su hija un ultimátum:
-O recuperas las notas o te quedas castigada por un año- recordó haberle dicho-.
Mientras miraba a su hija, repasó las posibles situaciones:
¿Y si no las recuperó? ¿Y si empeoró? ¿Qué haría? ¿Qué le diría? ¿La castigaría de por vida?
Se recriminó mentalmente la manera en cómo había tratado a su hija la última vez.
-Eres una mal agradecida- le había dicho-, ¿tan difícil es que saques buenas notas? ¿Hasta cuando piensas decepcionarme? ¡No sirves para nada!
Definitivamente, esa no era la manera de ayudar a su hija.
Por la cara de Ana y su semblante asustado sabía que había ido peor.
Respiro hondo y le dijo:
– Siéntate a mi lado.
Ana estaba aterrorizada. No sabía lo que iba a pasar. Intentó adivinar el estado de ánimo de su madre. Para su sorpresa, parecía tranquila.
– No te ha ido bien ¿verdad?- afirmó -, lo sé por tu cara, pareces asustada.
Ana aún estaba confundida. Se imaginó a su madre echando fuego por la boca, pero no, estaba tranquila.
– La última vez que hablamos te dije que te castigaría severamente si no recuperabas las notas ¿Lo recuerdas?
-Sí- contesto Ana con un hilo de voz que parecía a punto de romperse.
A su madre no le gustaba ver así a Ana. Verla indefensa.
– ¿Qué puedo hacer yo para ayudarte?– le preguntó con un tono amable y cálido.
Ana no sabía si estaba soñando o realmente su madre había cambiado.
– ¿Ana, cariño, qué puedo hacer yo para ayudarte?– le volvió a preguntar ante su silencio.
Ana rompió a llorar. Quería decirle que lo sentía, que no quería ser una carga para ella, que estudiaría y haría que se sienta orgullosa de ella, que se separaría de esas amigas que tanto la distraían, pero el llanto le ahogaba las palabras.
– Estamos juntas en esto- le susurró su madre mientras la abrazaba tiernamente.
Ana se secó las lágrimas mientras en su cara se dibujaba una inmensa sonrisa.
– Ya haces todo por mi mamá- le dijo-, me das todas las comodidades que necesito. En lo que sí puedes ayudarme es en estudiar para los exámenes. Tú me haces preguntas para saber si puedo contestarlas.
– Por supuesto, cuenta conmigo- le contestó-, ¿Y qué puedes hacer tú para mejorar tus notas?
– Organizarme mejor. Sé que es responsabilidad mía organizarme para que esto no me vuelva a pasar.
– ¿Cómo podrías organizarte mejor?
Ana se imaginó llegando a casa haciendo los deberes cada día, sin falta. Nada de estar perdiendo el tiempo mirando videos, dando me gusta a todo Dios en Instagram y Snapchat. En su nueva vida eso ya no tenía importancia.
– Me haré un horario de las cosas que tengo que hacer cada día- respondió decidida-. Pasaré a limpio los apuntes cada día. Te preguntaré si no entiendo algo para no tener dudas.
– ¿Puedes hacer algo más para mejorar?
Ana pensó en los días y días en que su único objetivo era pasárselo bien en el cole. Cotilleando por los pasillos. Eso también tenía que acabar.
– Si, centrarme más en clases- contestó-. A veces pierdo la concentración porque estoy más atenta a lo que me dicen mis amigas y para ser más enrollada les sigo el juego.
– Posiblemente tus amigas no entiendan tu cambio, tus prioridades ¿Qué harás si es así?– le siguió preguntado su madre.
– Hablaré con ellas. Si me entienden es que son amigas de verdad. A ellas también les irá bien un cambio de actitud en el colegio porque también tienen suspensos.
– ¿Y si no te entienden?
– Me buscaré otras amistades.
Su madre miró a Ana con admiración y orgullo. Le pasó la mano por la cara arreglándole ese mechón que tapaba su linda sonrisa.
Estaba orgullosa porque Ana había llegado a las conclusiones que ella misma le habría aconsejado y quizás su hija no hubiera escuchado.
Ana sintió el amor y la confianza que su madre depositaba en ella. No le iba a fallar.
Ambas merecían conservar esa relación especial.
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